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1 de mayo de 2012

GRABADOS Horacio Modesto Silva exposición retrospectiva



GRABADOS
Horacio Modesto Silva
exposición retrospectiva

desde el 25 de Abril al 17 de Junio de 2012
Sala de Exposiciones Ernesto Farina
Ciudad de las Artes - Córdoba – Argentina















“Si una persona pasa por delante de una obra
 y la mira como a un poste de luz hay algo que no anda
 bien, pero, si se detiene y le produce repulsión o 
 la gratifica verlo ya cumplió su función, su finalidad.”

Horacio Silva  

“La punta seca es más directa”, respondía Horacio Silva al ser consultado acerca de cual de todas las técnicas que se encuentran en exhibición prefería,  opinaba que sentado abajo de un árbol se raya tranquilamente o  acostado en la cama se dibuja sin problemas. 
Este artista está presentando sus trabajos en una exposición retrospectiva de grabados en la sala Ernesto Farina de la Ciudad de las Artes, allí puede observarse un despliegue de procedimientos que van desde puntas secas a cromoxilografías pasando por aguafuertes y aguatintas. Acompañan a las imágenes una serie de esculturas  de notable expresividad formal y conceptual. 
A partir de una breve conversación con el protagonista de dicha exposición, éste comenta algunos aspectos en torno a la realización de sus trabajos a la vez que ofrece su particular visión acerca de las nuevas posibilidades gráficas que se desarrollan en la actualidad. 
“Solamente hago bocetos para las xilografías, porque aunque sea una técnica sencilla su concepción es compleja”. Al consultarle por los nuevos recursos tecnológicos que se utilizan para la resolución de imágenes que tienen como fin la estampa, el arista dice: “No estoy en contra de la tecnología, si la computadora ayuda en la construcción de las imágenes esta bien, la técnica siempre tiene que estar al servicio de la idea, ahora, un grabado para que sea tal sin importar su origen tiene que tener paspartou, marco y vidrio”. 
Personajes y situaciones se entremezclan con las herramientas propias del oficio, en donde una prensa nos cuenta de la génesis de las obras y matrices colgadas ofrecen la prueba tangible de una práctica que busca su “re-conocimiento”. 
“Me gusta lo figurativo, necesito de la figura para transmitir lo que vivo. Cuando uno anda por la calle va absorbiendo,  no me propongo hacer un grabado que hable de tal o cual cosa, el medio ambiente nos influencia queramos o no y esta influencia aparece en los trabajos. Cuando uno quiere hacer un trabajo que signifique algo termina convirtiéndose en un panfleto”, sentencia el artista sobre la temática en sus obras. 
Después de la conversación acompaño a Silva por los pasillos de la escuela Figueroa Alcorta, va a paso rápido como si lo estuvieran esperando en varios lugares a la vez. Mientras tanto se me vienen a la cabeza palabras como elección, dedicación y profesión. 


Ramiro Décima









“Somos nuestra memoria, 
somos ese quimérico museo 
de formas inconstantes, ese
montón de espejos rotos”         

 Jorge Luis Borges

           Horacio Silva, viejo compañero, presenta esta contundente exposición de grabados y esculturas donde confraternizan putas secas, aguas fuertes, xilografías, con figuras corpóreas de un expresivo y sensible modelado. Lo primero que salta a la vista es la coherencia de toda muestra que a través de los años, conserva una misma clave, en el mismo modo o tono menor.
Tenemos un crecido número de grabados contiguos pero no correlativos. Tenemos un número de cuadrículas que constituyen un raro conjunto, donde la descripción de cada circunstancia o anécdota permanece como pieza exenta, tanto entre sí, como del autor o el espectador visitante, lo cual facilita la frialdad cómplice de la sorpresa o el miedo. Cada uno de los sucesos descriptos en blanco y negro, exhala un trasunto sugestivo y original, pero es posible que el conjunto, incluyendo ciertamente las esculturas, adquiera un interés suplementario, como una colección de piezas no menoscabadas por la homogeneidad, como un poliedro de múltiples caras, que al girar emite reflejos diferentes. Reflejos de un ayer doloroso e indefinido, leídos desde un hoy, cuando alguien tal vez involuntariamente, escamotea una pieza del juego, lugar que ahora se transforma en vacío, en una ausencia en un interrogante. Nada fluye, son pequeñas expresiones poéticas, estáticas, confinadas, malsanas aunque no  decadentes, que resultan con frecuencia inasibles o solo  aprensibles para el olfato. Huelen a flores malas, a flores viejas,  a flores lejanas, a flores muertas, a quemadas flores. Desde su nocturnidad proviene una aislada queja. En su camino hacia la pintura negra a los cuentos crueles estos grabados poéticos se detuvieron en el sólo dolor luctuoso. Y todo ocurre bajo un sello cordobés,  quizá de esa Córdoba que señalaba Sarmiento como hipócrita y asfixiante, de rosario perenne y abolengos que se cuentan al peluquero.

Lejos de las paredes, en el vientre de la sala, las esculturas ingresan al aire excitándolo,  reclamando en sus causes la luz, que se anida y duerme en sus texturas y relieves. Y así se establecen repulsas y atracciones engendradoras de equilibrios que conforman un juego de tensiones y reposos, perturbador, mágico.

Un verdadero artista y creador que se cómplice en cierto goticismo que descubre en lo cotidiano, a veces en lo macabro cotidiano, bajo la vigilia constante de astros malos.

Jorge Beltrán






Vistas de la exposición, fotos: Nicolás Machado





El oficio y la creación de un mundo  

    por Adolfo Sequeira

Recorrer la muestra que presenta Horacio Silva en esta ocasión, integrada por trabajos realizados  desde 1966 a la fecha, ofrece la oportunidad de considerar una obra mantenida demasiado tiempo en la penumbra del taller.

Compuesta por trabajos que recorren una temática variada pero sostenida por el hilván de un tono trágico que nunca disimula ni tampoco enarbola, resulta asimismo un logrado muestrario de las posibilidades creativas al servicio de una cuando se pone el interés en la conjunción del ejercicio técnico y la propuesta estética por sobre lo que cada uno podría aportar desde su propio costado.

Un hecho, en principio inadvertido y en apariencia nada sustancial -los premios a su tarea artística se encuentran apretados en el comienzo de su carrera- puede resultar acaso significativo: permiten pensar que es como si con el tiempo la sola producción hubiera sido el objetivo, más allá de la siempre legítima búsqueda de reconocimiento. Esta apreciación puede orientar una lectura, en la medida que permite –si hiciera falta- echar luz sobre los porqué de su decurso. 

A simple modo de ejemplo: ¿Puede ser que sus últimas obras sean más discursivas, con todo lo que esto significa?

Volvamos al principio. Desde sus inicios gestó Silva su obra bajo la orientación que le proveía el expresionismo. El estrecho aferramiento que evidencia con esta modalidad creativa -casi consustancial al grabado moderno, con sus gradientes ruinosos y cortes secos entre luz y sombra- no lo privó sin embargo de libertad a la hora de generar una imagen propia por fuera de los estereotipos que este recurso plástico suele imponer a quien lo visita.  Pero resulta evidente que es en esta corriente plástica donde se desenvuelve más a gusto, tomando de cada posibilidad lo mejor  que ésta oferta, y así línea, valor, dimensión, textura…..son expedientes de la actividad creativa acomodados por Silva donde corresponden según los dictados de esa orientación, aunque siempre servidores de su voluntad.

De allí que, aun con logros evidentes, sus ocasionales incursiones en los dictados de otros movimientos del arte contemporáneo, como el surrealismo por ejemplo, ocupen un lugar secundario en lo referente a lo mejor de su imaginería y talento. Cabe anotar entre sus logros que estas exploraciones paralelas no le han solicitado desvíos de su línea fundamental ni producido confusiones indeseables.

Ante cada obra de su autoría lo primero que adquiere relevancia –con posterioridad por cierto a la gratificación visual, y, en muchas ocasiones, al deslumbramiento- es su maestría en el oficio. Su dominio técnico –a través de una miríada de recursos que no excluyen los elementos materiales tanto para su diseño como en la elección del soporte- queda patentizado en la fluidez del dibujo, ya sea en el manejo de la línea, siempre decidida, como en la composición, generalmente austera pero de un clasicismo contundente. Esto le permite que la imagen sea siempre de una construcción que se evidencia libre y limpia, como elaborada sin obstáculos. Casi sin preocupación, de manera natural, el manejo de los planos le acerca composiciones donde la proporción y la perspectiva elegidas emergen como las únicas posibles.  La apuesta por un hecho creativo no deliberado ni presupuesto, facturado sin boceto ni propósito, le facilita depositar en el trazo mucho de su seducción. Desde ya que esto no supone privación de rumbo por exceso de albedrío, pues el inconciente -su reconocida fuente de imágenes- es una esponja que, si bien muda, siempre encuentra la forma en que ha de manifestar sus mandatos. 


Invariablemente atento a los dictados del taller, al compás de sus reglas herméticas, Silva se desenvuelve con audacia y debido respeto por el oficio, acierto que le permite resultados lucidos: en su caso, resulta de curiosa belleza la opacidad de fronteras entre la madera y el metal como matriz: ambos se corresponden, sin confundirse, con la esencia última del grabado (su tono intimista, diría Rafael Squirru) en el marco del despliegue de los recursos intransferibles de la disciplina.

A su vez, los personajes que pueblan sus espacios remiten, en principio, a los modos clásicos que provee la historia de la disciplina: fantasmagorías que muestran algún parentesco con El grito de Munch, o, para mencionar a alguien más cercano en todo sentido, con las espantadas figuras de Sergio Sergi; o enterrados y almas en pena –sin padrinos- que esperan  por la ceremonia fúnebre que los libere del agobio de una despedida aún incumplida.  Estas ancestrales representaciones de lo siniestro como angustia del sinsentido tienen sin embargo en ocasiones (que es difícil inscribir  en una cronología) un viraje hacia otros arquetipos: esas inescrutables figuras propias de los santos inocentes, y, para mayor descentramiento de alguna tipología que pudiera adjudicarse a sus imágenes, ofrece incluso variantes que en cierto sentido aceptan alguna vinculación con la iconografía que Badii imaginó para el mundo de la robótica, con todo lo que eso significa hablando de imágenes siniestras.

Toda la obra de Silva permite definirse como la de un grabador: su técnica, criterios compositivos, vocación creadora, están tamizados por lo que esa particular disciplina manda, y sus resultados, cautivadores por sí, además dejan ver que en algún punto están aunados por un deseo nunca confesado: tener a la belleza –aun en un marco tenebroso-como fin propio de la tarea artística. En los tiempos que corren es una pretensión que no todos comparten, pero no puede negarse que sigue expresando un deseo que hoy habita en catacumbas, en general tan inadvertido como potente. 

Pero, una vez más, es en el oficio donde Silva asienta las habilidades y argucias con que construye el mundo. Tributario de aquella tradición que forjaron  desde inicios del siglo pasado los expresionistas, su obra es claro testimonio de aquel aserto que asegura que la pericia técnica que brinda el oficio no es un medio (mucho menos un requisito) para construir el mundo: es un hacer consustancial a la obra.


Adolfo Sequeira






                                             Vistas de la exposición, fotos: Nicolás Machado