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29 de agosto de 2011

identidades





Vistas de la exposición, fotos: Nicolás Machado

Había una vez, un
pintor...
relato de un encuentro


Recorrido

Enrique Pereyra me invita a su taller.
Nos encontramos una mañana de invierno. Hay sol y hace frío, estamos en Córdoba. Tiene la gentileza de venir a buscarme a la Escuela dado que yo no sé cómo ir a su casa. Quiero aprender el camino para volver otra vez a visitarlo, sin embargo, en el viaje me distraigo y cuando me­­­nos me doy cuenta hemos llegado. El ingre­so con plantas, fachada de ladrillo visto, tejas, rejas y una artesanal puerta de ma­dera, enmarcan la figura de Susana quien nos recibe con una sonrisa. Está esperando desde temprano, ha pre­parado la bienvenida con un rico y dulce té.
El taller y la casa están juntos. La casa abajo, el taller arriba. Una iluminada escalera comunica las dos plantas. Al entrar veo varios ins­trumentos musicales que me llaman la atención. Enrique me cuenta que de vez en cuando toca la guitarra, que siempre lo hizo. Sorprendida me pregunto ¿por qué nunca lo escuché?
En el living hay un autorretrato de Goya que cuelga protagonista en una pared. “Lo compramos un día por dos pesos en el Paseo de las Artes, claro que no es un original”, me cuenta. Risas. Empezamos a hablar de pintura: su interés por la pintura negra de Goya, su paleta, la expresión y los empastes de la pincelada, la manera de cómo le ha atraído la pintura española. Descubro que tenemos algunas cosas en común.
Luego pasamos a la cocina, es el ambiente más amplio, abierta a la galería, donde está el horno chileno… y el asador. En el patio, acaban de podar las plantas por que les moles­taban a los vecinos. En verano cuando todo está verde se ve más lindo, ahora está todo seco. La mesa es para dos, pero cuando llegan los amigos se despliega, se agranda para compartir. Es un lugar cálido, acogedor, como los dueños de casa.
Cada objeto, cada cuadro, cada rincón tiene una historia, una magia que durante el recorrido la imagino o me la descifra Enrique ante mis pre­guntas. Todo el conjunto le da carácter a este espacio habitado, sentido, construido y dise­ñado por ellos, un lugar ele­gido para vivir y trabajar. El propio lugar en el mundo.






Destino

Ya en el taller Enrique me muestra las pinturas y los dibujos que va a exponer en la Sala de Exposiciones Ernesto Farina; es la razón por la que estoy aquí, porque me pidió que escribiera unas palabras en su catálogo. La luz natural dibuja los planos de las ventanas en el piso. Papeles ordenados sobre varias mesas, bastidores, trozos de maderas saturan el espacio, son muchos años de trabajo. Enrique da vuelta las telas, están de espaldas apoyadas en la pared; en ese momento me cuenta sus ideas; aparecen los personajes que repre­senta en sus trabajos. Es una imagen que se repite insistentemente: un rostro de hombre con los ojos abiertos, atentos que nos interroga, también a veces nos da la espalda y nos ignora mirando hacia otra parte. Quizás hacia el horizonte, hacia otro espectador oculto, hacia sí mismo ¿Quién es? ¿Qué mira? ¿Qué nos pregunta? No sabemos. ¿Son retratos o estereotipos? Entonces, hablamos de los Retratos de Fayum, los primeros retratos de la historia, los que pueden considerarse las primeras fotos carné en los cuales los pintores retrataban lo más exactamente posible los rasgos del sujeto para que pudiesen ser identificados. Me revela el nombre que eligió para la muestra: Identidades. Caras donde podemos encontrar un parecido. Caras desconocidas en espera de su identidad. Porque todos nos pregun­tamos quiénes somos, todos buscamos una identidad, to-dos queremos encontrar a alguien en esos rasgos desco­nocidos, me dice.
Mientras él habla y me mues­tra lo que hizo, yo veo la pintura: la pincelada, la transparencia, las texturas contrapuestas al color plano. Juega con las posibilidades de la técnica elegida. Rompe el cuerpo único del bastidor tradicional, lo fracciona en piezas que combinan planos limpios de color puro (amarillo) con módulos de paleta cromática (rojo, azul, verde) donde se percibe el gesto, el trazo de la mano del pintor en brochazos contundentes o en sutiles veladuras. Pienso: Enrique pinta. Pinta con libertad, con soltura y con oficio. Su formación en la Figueroa (Escuela Superior de Bellas Artes Dr. José Figueroa Alcorta) se pone en evidencia ya que él trabaja con técnicas y  recursos heredados del pa­sado pero individualizados en la interpretación de un mun­do personal y original. No se opone a la tradición, reconoce su formación, elige de ella los componentes que necesita, los relaciona y conecta con nuevos dogmas sin crear, por ello, con­tradicción.
Nos sentamos alrededor de su mesa de trabajo, afuera se levanta viento y aparecen algunas nubes. Vemos sus dibujos. Carbonilla, lápiz, pastel y barras de grafito. Trazos, borrones, arrepentimientos, marcas,  definiciones, luces y sombras. Ideas, maneras de pensar que sólo se descubren en el hacer. Aparecen los bocetos, pilas de pequeños papeles con garabatos, esbozos, dibujitos, esquemas… la intimidad olvidada atrás de las grandes obras. Hablamos de sus maestros, le pregunto quién le enseñó a dibujar. Le pido un papel y un lápiz y escribo los nombres de sus maestros y de los maestros de sus maestros: Horacio Silva, Dalmacio Rojas, Miguel Sa-hade, García Moyano. Ernesto Viola, Álvarez Soave, González Mayorga, Eduardo Giusiano, Horacio Alvarez, Tito Miravet, Eduardo Setrakian, Raúl Pe-cker…son los nombres que quedan escritos en ese retazo de papel. Imaginamos una línea de tiempo. Deducimos la existencia de una herencia. Nos preguntamos si existe la posibilidad de encontrar una manera común de enseñar y aprender que atraviese el tiempo, entre continuidades y rupturas, una singular permanencia.
Hay todavía más para ver. Con­versamos sobre otras cosas que él hace como dar clases y armar exposiciones en La Casona para sus alumnos, por que vale la pena darles una mano a los chicos. Cuando habla de su trabajo como profesor lo hace serio y con generosidad. Busca un rato y trae sus figuras troqueladas. Siluetas, cortes, síntesis. Superposi­ciones. Estructuras modulares en blanco y negro que apare­cen como memorias del di­bujo. Relieves que se arman de fracciones. Le pregunto si co­noce a Alex Katz. Le digo que encuentro algo de pop, de his­torieta, del humor cordobés. Son juegos, son objetos que sólo pretenden traducir la pintura, refle­jarla en otros formatos, no para borrarla sino para ponerla en evidencia.
Lo cierto es que detrás de la pintura hay un pintor, que nunca se fue de ese lugar, que está aquí, en esta casa, en este taller, en esta ciudad, en esta Sala.
 Ya es casi mediodía.



Ana Luisa Bondone
Agosto 2011







Apuntes

… ¡ay! cuanta calma, ¡ ay! cuanta placidez
Verla, dormirse a mi lado…
Verle cerrarse tantos ojos de una vez,
es como verse cerrarse las luces de una aldea
 donde todo el mundo va a domirse a la vez.
Y  al amanecer,
verse abrirse tantos ojos de una vez,
es como verse abrirse los ojos enteros de toda la niñez…
Albert Plá





El Negro Pereyra no puede dar cuenta objetiva de esas miradas.
No es que no quiera, es que no puede…
Sabe que lo que sabe es pintar, y pinta y pinta.

Su obra es generosa porque no te enseña nada, te deja en un terreno descampado y… arreglatelas como puedas macho.
Te pregunta quien sos… un detalle adorable.

Ni una puta lección. No alimenta una miserable tesis.

Esta exposición, en este lugar, es una exposición política. A pocos metros de una escuela de arte que insiste en exigirles a sus alumnos que justifiquen cada gesto, en construir y alimentar sentimientos de culpa.
Qué adorable detalle sería eliminar de esta escuela la palabra fundamentación.
En el mismo corazón de este terreno regado de remordimientos, el negro Pereyra rescata ese primer gesto del enamorado, de la mueca profundamente subjetiva.
Las culpas… y el castigo, solo para los traidores.

Su taller es un laboratorio, una especie de archivo de muecas de personas.
Él no lo sabe.
No tiene ni la más remota idea de este archivo…
Él solo se dedica a pintar.
Te lo aseguro, yo he estado allí en esos momentos, pela sus pinceles y automáticamente se despliega por ese espacio el archivo ese que te decía, va tomando gestos de cada uno de los archivados y construyendo sus personajes.
 No son nadie en particular… somos todos.
A mi lo que me emociona es que…
él no lo sabe.

Sólo la primera mirada sobre esas miradas y caes en la cuenta que ninguna de las piezas se salvará sola.
En esta sala donde ahora estamos flota… sí, flota un espíritu de cuerpo… o nos salvamos todos o nos hundimos todos.

Aníbal Buede
Córdoba, Julio de 2011
Vistas de la exposición, fotos: Nicolás Machado



Créditos

Idea:  Ana Luisa Bondone / Coordinación General: Ana Luisa Bondone / Diseño de Exposición y Montaje: Enrique Pereyra / Texto: Ana Luisa Bondone,  Anibal Buede, Enrique Pereyra / Fotografía: Registro de Obras:  Facundo Maorenzic / Registro en Taller: Aldo Peña, Enrique Pereyra / Diseño de Catálogo y Gráfica de Sala: Sara Picconi, Aldo Peña / Impresión: Lotería de Córdoba / Prensa y Difusión: Sebastián Chalub, Héctor Chalub, Valeria Guzmán / Blog: Nicolás Machado / Sala de Exposiciones Ernesto Farina: Sergio Fonseca, Ricardo Castiglia, Héctor Chalub / Guardia de Sala: Carmen Moyano, Marta Tapia / Colaboración Especial: María de los Angeles Ruiz / Pasantes: Ramiro Décima / Producción Dpto. de Extensión/Exposición Escuela Superior de Bellas Artes Dr. José Figueroa Alcorta / Administración de recursos: Asociación Cooperadora de la Escuela Superior de Bellas Artes Dr. José Figueroa Alcorta

El equipo directivo de la Escuela Superior de
Bellas Artes Dr. José Figueroa Alcorta agradece
a todo el personal docente y no docente de la
Institución por su colaboración en la realización
de esta muestra.